Séptima estación: Segunda caída de Cristo. Cristo ha caído por segunda vez, en su particular camino hacia lo inevitable, hacia la redención soñada por Dios desde la eternidad. Acaba de dar con su cuerpo martirizado en el suelo (evoquemos la cinematográfica y durísima Pasión del australiano Mel Gibson), está intentando levantarse, aunque de momento no lo consigue. |
Tiene la pesada cruz encima, mientras un sayón moreno barbado, con cinta blanca sucia anudada a la cabeza trata de ayudarlo al tiempo que lo maltrata violentamente. Rostro moreno cetrino, tirando más a negro que blanco. Levanta con una mano la cruz, con la otra tira de la ropa del Nazareno hacia arriba, mientras mete la rodilla al divino brazo izquierdo. Se nota que Cristo pide, a esa altura de la carrera, piedad por lo menos, que no clemencia, porque lo que tiene que ser desde la eternidad ha de ser cumplido. Cristo ha caído de nuevo sobre el suelo. Bajo un tronco de pino, un anciano, tocado con cofia, que podría ser cualquier palestino actual, mayor, viejo, quizás José de Arimatea, con una piedad intensa en el rostro, mira la escena de la caída. Y en primer término, hacia la izquierda de la composición, de espaldas, en pose arqueada de modelo de estudio, en contraposto artificioso, está el odioso fariseo que hemos visto en alguna estación anterior contemplando inmisericorde la escena, viendo que todavía no se cumple ninguna de las siete maldiciones que Cristo lanzó contra escribas y fariseos como nos recuerda Mateo en su Evangelio. |
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