Cuarta estación: Jesús se encuentra con su Madre. Quizás vayamos ya por las afueras de la ciudad de Jerusalén subiendo hacia el monte de las Calaveras, donde se ajusticiaba a los reos con la crucifixión o a lapidación, que distintas formas de consumar sentencias había. Quizás vayamos por la Santa Pola de hace cincuenta o sesenta años, por la subida a Calvario, allá en las afueras del pueblo, en los dominios de las ovejas y las cabras y de las pedreas entre los chicos, en la zona de pinos y de algarrobos, donde se tendían redes para cazar pájaros. Imaginad el encuentro de la Madre con el Hijo. |
El artista cerámico, F. Tolosa, recoge así la cuarta estación. Cristo viene en diagonal hacia nosotros por esas afueras del pueblo, por plena sierra, cargado con la cruz cada vez más pesada, acompañado por un personaje bien calzado, que camina tan erguido y aplomado como una columna dórica, cubierto con un túnica decorada con rombos. A nuestra izquierda, un sayón con un manojo de varas en la mano reposa sobre un tronco macizo, con el torso al aire, mostrándonos su robusta anatomía, tal vez inspirada en los mármoles griegos, en el torso de Belvedere, o en el Púgil de Apolonio.
El sol, hermano sol, proyecta la sombra materna en el suelo, delante del Hijo amado. Tras María, el pintor nos sugiere la presencia de otra santa mujer. |
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